19 abril 2010

FLORES ROTAS (Broken flowers)

El efecto Amapola (Bellaterra 2009)

Anita y todas las niñas del colegio vestían bata de finas rayitas verticales rojas y blancas.
Las batas, se decía que servían para preservar de posibles manchas y roces, el uniforme sobre el cual se las abotonaban diariamente.

El uniforme de invierno estaba hecho, de arriba a abajo, en un rígido paño de lana azul marino oscuro. No admitía el uso de agua y jabón para su limpieza, y por supuesto, piaba al contacto con la piel en lugar de dar abrigo.
En primavera, la parte superior se sustituía por una camisa blanca de algodón, la cual debía llevarse siempre de color blanco inmaculado.

La bata de finas rayitas verticales rojas y blancas estaba diseñada con un corte de tipo francés. Su hechura era muy parecida a las de los pintores de Montmartre (París) de los años ’20.
Seis grandes botones de color rojo, se sucedían en una fila recta por la parte delantera de la bata de finas rayitas verticales rojas y blancas.
Cada bata tenía su canesú cubriendo la parte de los hombros -como en la canción de la muñeca vestida de azul-. Esta pieza es la que ejercía de unión entre las distintas partes de la prenda: el cuello, las mangas y las partes delanteras y trasera del vuelo que caían hasta cubrir completamente el uniforme.
El nombre de Anita, como el de cada niña, aparecía escrito sobre la zona del corazón. Las letras bordadas con un hilo de color rojo carmín intenso, a letra redondilla inglesa.

Las niñas vestían sus batas de finas rayitas verticales rojas y blancas, desde el momento en que llegaban a las aulas – pero no antes- hasta el momento justo anterior a abandonar su aula, pues estaba prohibido lucirlas fuera de la escuela.

Cuando salían a jugar al patio durante los recreos, eran como un campo de amapolas rojas en primavera mecidas por el suave viento. Entremezclados, solían verse unos pocos niños de muy corta edad –de 3 y 4 años- que parecían gorrioncillos revoloteando entre cientos de amapolas -de entre 3 y 14 años- con sus batas de finas rayitas verticales rojas y blancas.
Y es que aquellos pocos pequeños, para distinguirlos, vestían con cortas batas de rayas azul oscuro sobre una tela de fondo azul claro grisáceo.
Las pequeñas batitas distintivas de rayas azul oscuro sobre una tela de fondo azul claro grisáceo, zigzagueaban por el patio al ritmo de los juegos propios de su corta edad. Sus figuras diminutas revoloteaban alegremente en medio del campo de amapolas mecidas por el suave viento.

Los niños únicamente eran admitidos en las clases de “jardín de infancia”. Un servicio al que sólo podían acceder los hermanos pequeños de niñas matriculadas en cursos superiores a dicho jardín de infancia. Un jardín que separaba ya, a las amapolas de sus pocos gorriones durante toda su infancia y adolescencia.

En el resto del patio, solo destacaban 3 o 4 figuras grandes, oscuras, con la cabeza y el pelo tapados por una áspera tela de color gris muy oscuro. También vestían con la misma ropa desde el cuello y cubiertas hasta los pies. Este atuendo y sus posiciones vigilantes en zonas elevadas, conferían a las monjas el mismo aspecto que hubieran tenido unos negros cuervos, un campo de amapolas rojas en primavera mecidas por el suave viento, con sus pequeños gorriones revoloteando alegremente.
Anita desde el balcón de su casa podía ver el patio de un colegio cercano. Los días que estaba enferma, lo cual sucedía con mucha frecuencia, de pronto oía estallar un fuerte murmullo de pajarillos. Sabía que era la hora del patio en aquel colegio, donde empezaban a salir decenas de niños con sus batas de color liso azul cielo y decenas de niñas con sus batas de color liso rosa pastel. Le gustaba ver como se mezclaban y separaban los puntitos azules y rosas, formando nubes de un color aquí, de otro allá, y finalmente volvían a mezclarse en las filas de vuelta a las aulas, creando una especie de tonalidad lilosa.

En la melancolía de los días en que estaba enferma, soñaba desde su balcón. Quería tener un jardín con muchas flores de distintas formas y colores, lleno de todo tipo de pajarillos de muchas formas y colores – gorriones, petirrojos, mirlos, jilgueros, golondrinas, pinzones,..- que pasarían el día trinando y jugando con sus flores.

En su imaginación, veía el patio del colegio cercano, lleno de puntitos creados por batas de todos los colores: blancas, negras, amarillas, marrones, rojas, azules, verdes,… que se mezclaban y separaban, creando maravillosos efectos de color y movimiento, como si mirase a través de un caleidoscopio.


Nota del autor:

NO A LAS DESIGUALDADES,
SÍ A LA DIFERENCIA
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