27 febrero 2008

Pasteles de VIK


Islandia 2003

Anita y Denis andaban de paseo junto a la playa de arena negra. Miles de pájaros revoloteaban junto a la orilla en busca de pececillos plateados con los que alimentar a sus polluelos.
Destacaban los más blancos en sus idas y venidas, por su contraste con aquella arena volcánica y el azul oscuro del agua.

La arena estaba húmeda por la marea, y las suaves olas iban y venían con un dulce compás. Riachuelos de agua fresca recorrían la playa en dirección al mar. Un mar tranquilo, cuyas frías aguas rompían de forma firme y severa al llegar a la orilla.

La brisa era fresca pero agradable al suave roce con sus rostros. Frente a ellos se alzaba un gran peñasco, a modo de gran roca que se adentraba en el mar. Algunos pedazos de aquella gran masa pétrea parecían haberse desprendido con los rigores del tiempo y creaban arcos y formas curiosas, donde las olas mar adentro rompían con mayor brío.

En lo alto del peñasco una casita de cuento, con una pequeña torre, y los tejados en forma de V invertida eran de un rojo puro. Parecía pintada en un cuadro, con los reflejos de un brillante sol nórdico tras ella y el contraste de un cielo azul polar. La casita no era sino la iglesia de un pueblecito llamado VIK.

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